Sorprendentemente, son hoy más de los que esperábamos. Jóvenes en plena década de los treinta que a la par que terminaban sus estudios temían por aquel futuro con el que habían soñado. Motivo suficiente para dar todo lo que estaba en sus manos para crear nuevas caminos a través de crear empresas, abrir negocios con aires nuevos… Autoemplearse. Un autoempleo casi siempre guiado por la vocación.

¿Crisis económica?, crisis económica y social.

Tras años de trabajo, estos jóvenes ya no tienen miedo a no tener ese futuro con el que habían soñado. Hoy, la mayoría independizados, con sueldos fijos, coches, e incluso, disfrutando de exóticos viajes durante sus vacaciones… algunos de nuestros treintañeros y treintañeras a lo que tienen miedo (muchas veces en silencio) es a la soledad…

La soledad es un miedo que aparece muchas veces en las distintas épocas de nuestras vidas, y que dependiendo de esas épocas debemos de afrontar de una forma u otra. ¿La diferencia a los treinta? La veintena y la treintena eran décadas de construcción, construcción de sueños y futuro mediante nuestros ideales.

Cada persona es un mundo, eso es cierto, cada cual posee miedos y fobias distintas a las de sus compañeros de trabajos, amigos o familiares, es más, en el caso en el que los miedos pudieran coincidir, la perspectiva con la que lo asume o no cada persona también nos aporta casos singulares sea cual sea el problema al que nos enfrentamos.

De repente, casi sin darnos cuenta, los treinta de ahora se convierten en los veinte de antes. Nos encontramos con fuerza porque nos cuidamos más que nunca, cuidamos nuestro cuerpo con horas de ejercicio a la semana, y cuidamos nuestro organismo con una dieta healthy. Siendo así, nuestros cuarenta son los antiguos treinta, y nos permite sentirnos jóvenes de nuevo, dejamos a los ya no tan peques en casa para volver a hacer vida social, volvemos a sentirnos vivos… Y por la misma regla de tres… los cincuenta, los sesenta y los setenta se regalan también una década.

Se trata de algo teóricamente perfecto. Nuestra esperanza de vida aumenta y hemos sido capaces de amoldarnos a nuestra nueva edad mental pero, ¿y la biológica?

Ésta quizá sea la pregunta que más se hacen ellas. Hace dos días disfrutaban de fiestas universitarias y ahora están inmersas en sus propios negocios, en sus trabajos de funcionarias, en saldar deudas pasadas y, quizá, planteándose ahorrar. Tanto ellas como ellos han creado su propia zona de confort, una zona creada a base de esfuerzo y trabajo basada sobre todo en la estabilidad, una zona en la que no hay tiempo para conocer gente nueva y menos para enamorarse…

“¡Con lo que desgasta enamorarse!”

Todos coinciden en que tienen una vida social activa. Pero no se trata de que no la tengan, quizá se trate de que “no quieren perder el tiempo en conocer a alguien con quien de antemano saben que no congeniarán”.

Primer límite marcado, se hace mucho más difícil para ellas, algunas de nuestras treintañeras, plantearse formar una familia. Además, claro está, de la sombra del reloj biológico planeando ocasionalmente sobre sus cabezas, existe esa estabilidad alcanzada, esa zona de confort que no están dispuestas a perder. Temen perder el control sobre sus vidas…

¿Qué hacer?

El miedo a la soledad es tan lícito y comprensible como cualquier otro miedo. En algunos de nosotros viene implícito por traumas pasados, mientras que en muchos otros somos nosotros mismos quien lo infundamos, tenemos miedo de tener aquello que no nos gustaría perder…

En el caso del miedo implícito la mejor forma de perderlo es acudiendo a terapias o técnicas, como por ejemplo, las del EMDR. En el caso del miedo infundado, ya sea infundado por agentes externos o por nosotros mismos, lo conveniente es enfrentarse a él.

Carece de lógica llorar por estar solo cuando somos nosotros quienes tenemos miedo a estar acompañados. La solución no está en manos de nadie cuando lo que queremos es controlar al cien por cien nuestros movimientos diarios. Porque compartir la vida con alguien significa eso, dejar de controlar al cien por cien, dejar que el cien por cien lo controlen cuatro manos en vez de dos. Está en manos de esa “envidiada” década de los treinta dejar de temer fallar, como muchos lo hicieron en aquel momento en el que emprendieron sus carreras y su andadura profesional.

Ahora bien, como con todo, cuanto más altas son nuestras expectativas, más son nuestras ganas y, por ende, más nuestra ansiedad. Así, menos naturales empiezan a ser nuestras situaciones y más tardan en llegar las que creemos nuestras soluciones.

¿Por qué esa necesidad de controlarlo todo?, ¿por qué esa dependencia de nuestra zona de confort?, ¿quién dijo miedo?

Ana Ortiz (psicóloga)