Fue a finales de 1989 cuando cayó el muro de Berlín, un muro que dividía en dos la capital alemana. Hoy en día se ha consolidado como una de las ciudades más grandes y multiculturales de Europa. Lo que antes era separación, hoy es encuentro. Y nada mejor que diciembre para reunirnos a los pies de la Puerta de Brandenburgo con alguien a quien hace tiempo que no vemos.

Lo primero a tener en cuenta al visitar Berlín en invierno es que las cifras del termómetro suelen ser negativas, y el color que ofrece la ciudad es el blanco. Así que prepara la maleta con toda la ropa de abrigo que tengas. Una vez llegados a la ciudad, la mejor opción para moverse a resguardo del frío será el U-Bahn (Metro de Berlín), principal medio de transporte de una capital alemana marcada por la historia política y militar, ya que en cada parada se escriben algunos de los pasajes más interesantes, y a su vez catastróficos, de la Europa del siglo XX.

La línea U1 nos llevará hasta el primer destino: East Side Gallery. 1,3 kilómetros de muro son el lienzo de los grafitis que artistas internacionales plasmaron como reivindicación de la nueva Berlín, la que ya no está separada. Considerada “la mayor galería de arte al aire libre del mundo”, tiene como imagen más conocida la del soviético Leonid Brezhnev besándose con Erick Honecker, líder de la RDA.

Bundestag será la siguiente estación a la que llegar para continuar con otro monumento con gran carga política. El Reichstag, un edificio de 1894 situado en los bordes del parque Tiergarten  que resiste aún en pie tras ser incendiado en 1933 y casi destruido en la Batalla de Berlín de 1945, principio y fin del régimen fascista de Adolf Hitler. Hoy asume las funciones de parlamento alemán en una época mucho mejor que antaño. El manto blanco que cubre el parlamento será el mismo que acompañe al turista en el paseo por el principal parque de Berlín, donde se encuentran monumentos tan importantes como el de Bismark o la icónica Columna de la Victoria.

Cerca del Tiergarten, tras coger la línea U6, se llega a la estación de Kochstraße para visitar uno de los lugares más fotografiados de Berlín: Checkpoint Charlie. Charlie es la tercera letra del alfabeto fonético de la OTAN, y sirve para denominar al paso fronterizo más famosos del muro de Berlín. Durante la Guerra Fría, este enclave solo podía ser cruzado por personas autorizadas, ya que, si no era así, los guardias tenían la orden de disparar. Sin embargo, esto no evitó que muchas personas que se habían quedado atrapadas en territorio contrario intentaran cruzar al otro lado del muro para encontrarse con sus seres queridos. En el Museo del Muro de Checkpoint Charlie podemos repasar las historias de aquellos que intentaron, con fortuna o sin ella, pasar esa línea roja de diversas maneras. También se puede adquirir una perspectiva histórica acerca de lo que supuso el alzamiento y la caída del muro durante la Guerra Fría en la capital. Muy bien abrigados se encuentran los guardias que lucen hoy en día frente a una representación de lo que antiguamente fue la frontera entre las dos Alemanias, para poder fotografiarse con ellos y dejar constancia de la visita.

La línea U2, y más concretamente la parada de Postdamer Platz, acoge uno de los símbolos más aterradores de la época negra que vivió Alemania durante los años del nazismo. El Monumento del Holocausto, o también conocido como Monumento a los Judíos de Europa Asesinados, es llamativo por las 2711 losas rectangulares de diferentes alturas que acongojan al visitante, ya que en algunas de ellas están grabados los nombres y años de nacimiento de personas que sufrieron el holocausto nazi. El monumento crea una noción y opinión única al visitante que, sin duda, debe visitarlo para intentar empatizar con lo sucedido años atrás (ponernos en su piel… totalmente imposible).

Es en este momento cuando dejamos de hacer uso del abono de metro diario, que cuesta 7 euros, para entrar en calor al caminar los 200 metros que separan el Monumento del Holocausto de la Puerta de Brandenburgo al final de la avenida Unter den Linden. Uno de los símbolos más reconocidos de la ciudad, con 26 metros de alto y cinco entradas que puede recorrer cualquier visitante, algo que no se pudo hacer desde su construcción en 1791 hasta 1918, ya que la entrada central estaba reservada únicamente para la familia real alemana. En su parte superior, encontramos la estatua a la Diosa de la Victoria, montada en un carro del que tiran 5 caballos en dirección a la ciudad.

Museos para resguardarse del frío

El río Spree, que conforma una separación natural (la única que debía haberse dado en Berlín) de la ciudad, alberga la llamada “Isla de los museos”.

El museo de Pérgamo es, sin duda, el más importante de la capital alemana. El concepto de construcción del museo no se ajusta a lo habitual, ya que primero se trajeron las obras artísticas, para después construirlo alrededor de ellas, siendo la arquitectura del museo en sí uno de los puntos fuertes. Pero la joya de la corona la encontramos nada más entrar. Construido hace más de 2000 años en Grecia, el Altar de Pérgamo (que da nombre al museo) es uno de los grandes motivos para visitar estos 3 museos en 1, ya que se divide en: Colección de antigüedades clásicas, Museo del Antiguo Oriente Próximo y Museo de Arte Islámico. Otra de las obras destacables de este museo es la puerta del mercado romano de Pileto, de 17 metros de altura y restaurada en dos ocasiones: tras descubrirse y después del bombardeo de la ciudad durante la Segunda Guerra Mundial.

En segundo lugar en cuanto a  importancia tenemos el Museo Nuevo, construido entre 1843 y 1845. Como muchos de los museos de Berlín, tuvo que ser reconstruido tras los bombardeos, comenzando las obras en 2003, de la mano de David Chipperfield, y reabierto al público en 2009. Recoge más de 2000 objetos antiguos, entre los que destacan la colección egipcia que acoge el Busto de la Reina Nefertiti.

En el ámbito de la pintura, la Antigua Galería Nacional de Berlín es la que recoge la mayor colección de obras de artistas como Max Lieberman, Karl Friedrich Schinkel o Caspar David Friedrich. Enclavada también en la Isla de los Museos, el edificio neoclásico inaugurado en 1876 es bastante fotogénico. ¡Otra visita obligada!

Mercados navideños

Pero si algo caracteriza a la navidad alemana son sin duda sus mercados navideños. Berlín expone toda su belleza cuando vemos las plazas llenas de casetas donde pedir una salchicha alemana mientras bebemos un Glühwein (vino caliente). Es el producto estrella de todo mercado alemán que se precie, y consiste en vino caliente con diversas especias que sirve para llevar mejor ese frío alemán que acompaña al visitante en pleno diciembre. Además, se deben probar los típicos dulces navideños alemanes como el Lebkuchen, mazapán, almendras garrapiñadas o el Nouget.

El mercado por excelencia es el de Alexanderplatz, plaza situada en lo que hace años era la Berlín soviética, que gracias a la decoración festiva y la iluminación suponen actualmente un marco incomparable. Pero su historia se remonta a muchos años atrás, cuando era denominada el Mercado de los Bueyes, y es que aquí era donde se situaba el centro de la ciudad en la época medieval. Hoy en día, con la torre de televisión vigilando desde lo alto en todo momento, se encuentra en esta plaza uno de los monumentos más curiosos de todo Berlín. Hablamos del famosos Reloj Mundial, que muestra las 24 franjas horarias con las ciudades más importantes de cada franja. Una modernidad que contrasta con la iglesia de Marienkirche construida en 1380.

Para terminar la visita a Berlín este invierno nada mejor que unos patines en los pies y dar vueltas y vueltas a la pista de Alexanderplatz, dibujando líneas y líneas que representan perfectamente lo que fue Berlín, una ciudad en la que alguien dibujo líneas donde nunca tuvieron que ser dibujadas, pero de las que hay que aprender para no volver a caer al hielo.

Jorge Vaquero